Te observé una y otra vez en la Iglesia, solo, rezando silencioso y vi que era el don de la paciencia en la espera de la voluntad de Dios. Hablamos juntos varias veces de lo que sentías en tu corazón y comprendí que a los humildes el Señor los colma de bienes y a vos, Guille, te llenó de confianza, de aceptación y de paz, aún en medio de las humanas tormentas.
Desde su internación en la Fundación Favaloro.
No quería dejar de escribirte en este día para compartir con vos todo este «magníficat» que tengo adentro, porque creo que sos una de las únicas personas que puede comprender esta alegría tan honda que estoy viviendo.