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Necesitó poca tierra para cantar el poema de su vida.

Testimonio de un sacerdote que lo conoció bien.

Necesitó poca tierra para cantar el poema de su vida. No que su destino fuera el de la semilla que el sembrador dejó caer en tierras sin hondura para brotar pronto y secarse de inmediato a la salida del sol. Por el contrario, sus raíces se hincharon hondo en la tierra de la promesa como oteando ya las torres y las murallas de la tierra que «yo mismo te mostraré».

A veces necesitamos detener la marcha cuando advertimos que el alma se nos ha quedado atrás; Willy en cambio, tuvo que correr tras su alma que ya se le había adelantado demasiado.

No pudimos retenerlo. Nos ha quedado el tirón y el desgarro. En ese tirón y ese desgarro nos ha dado el regalo definitivo: animarnos al Abismo que nos funda y al salto que nos constituye.

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