Testimonio de un seminarista.
Posiblemente Willy, como todas las personas, tenía más defectos, pero había algo seguro: «las virtudes le sobraban». Hijo de una familia donde nada le faltaba, vivía totalmente desapegado de las cosas superfluas. A pesar de que vivía siempre con la plata justa para desenvolverse entre la facultad y el apostolado, nunca permitía que a nadie le faltara nada. Hasta su propia ropa nueva no dudaba en ofrecerla a quien le faltara. Y si alguien venía a pedir comida al Seminario, además de llevarse un alimento, se llevaba en la memoria su sonrisa y buen trato.